La cultura mexicana es amada por unos, odiada por otros y confundida por otros (¿cómo que el chili con carne no es mexicano?). Sin embargo, una de las tradiciones más amadas y exportadas de nuestro país es, sin duda, el Día de Muertos. Y sin duda alguna, esta celebración no puede estar completa sin La Catrina, un auténtico elemento de estas fechas.
¿Qué es La Catrina?
Partió de la iconográfica imagen que José Guadalupe Posada realizó en sus caricaturas a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las que retrataba la cotidianidad que progresivamente se fue relacionando al Día de los Muertos (celebrado el 01 y 02 de noviembre).
En el arte de Posada se pueden observar calaveras con ropa de alta costura, de gala, bebiendo pulque, a caballo y asistiendo a fiestas de la alta sociedad. Esta figura era una crítica social para aquellas personas que renegaban sus raíces, aquellas que pretendían ser europeas aún con sangre indígena. Por ello, Posada la bautizó como La Calavera Garbancera.
Fue gracias al gran muralista Diego Rivera que se rebautizó como La Catrina en su obra inmortal Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central.
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Una tradición entre vida y muerte
La mezcla de las tradiciones prehispánicas y la tradición católica, con la posterior influencia norteamericana y las necesidades artísticas de expresar el descontento popular contra quienes detentaban el poder, hicieron del Día de los Muertos el ambiente propicio y necesario para que las catrinas encontraran su fortaleza, siendo una conjunción entre lo divino y lo profano en el cual los que realizan las ofrendas sólo desean la paz para el caído y la justicia para sus vidas.
El 28 de octubre los mexicanos comienzan a honrar a los difuntos, en especial los fallecidos en algún accidente o por mano de otro ser humano. El 30 y 31 de octubre se homenajea a los niños que fallecieron sin haber sido bautizados. El 1 de noviembre es el homenaje a los niños fallecidos (sí bautizados), que son los santos chiquitos y el 2 de noviembre, es el día de los muertos donde se rinden homenaje a los adultos difuntos que significan algo valioso y de bien para alguien.
El altar es alumbrado con veladoras y con los elementos que hicieron destacable y bonita la vida del difunto. El pintarse el rostro como La Catrina (calavera), es una manera simbólica de estar con la persona fallecida en su propio reino, pero en la tierra, donde su espíritu llega para compartir el mismo cariño que en vida tuviera. Al finalizar el día, su alma volverá hacia la luz sabiendo que el amor sembrado prosigue intacto, aunque su cuerpo presente no esté entre ellos.
El hoy de esta tradición
Desde que el Día de muertos fue nombrado una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, tanto el gobierno mexicano como sus ciudadanos dentro y fuera de México han mantenido a la tradición intacta, enseñándola en su real valor a personas de otras culturas.
No es el colocar una imagen en un altar junto a unas veladoras y hacer fiesta. Es celebrar la vida y honrar a la muerte cada día, comprometiéndose a mantener su recuerdo, legado y honor en cada instante de su existencia.
Es así como nosotros, como mexicanos y mexicanas, proseguimos nuestros valores hasta por encima de los detractores de la misma nacionalidad, quienes se ven al final apabullados por el sentimiento de millones de caras que muestran a La Catrina acompañando a los seres de luz que vienen cada dos de noviembre a regocijarse de haber sembrado semillas de amor que trascendieron a su propia vida.
Y por otra parte, La Catrina es la cara de la muerte de la mentira, del mal, del abuso de quienes tienen el poder y se creen intocables. En el rostro de un mexicano que se muestra como calavera, se expresa claramente el mensaje de que todos somos iguales ante la vida y la muerte y que lo que hacen mal, aquí o allá la pagarán, además de que nadie una veladora por su alma encenderá y ni un altar de un nivel merecerá, por lo que sus males en el pasado, quedarán.